El amor propio es un deseo y tarea de todas las personas, en cualquier momento de la vida esta tarea toca nuestra puerta y nos pide revisar nuestras relaciones, prácticas de vida, pensamientos e historia. Más allá de todas las recetas vendidas por motivadores o cursos de positivismo, el amor propio responde a una tarea de autoconocimiento, autocrítica amorosa y sanación, como base para construir todas las prácticas mentales, comportamentales y de salud que asociamos con la experiencia de amarnos. Para lograrlo, hemos de aprender de los tres grandes maestros de la autoestima: los padres, la pareja y los hijos.
Gozar de una autoestima sana, fortalecida y resiliente, supone un proceso en espiral, de avances y retrocesos constantes a lo largo de la vida. Esencialmente, en ese proceso tomamos consciencia de cómo el amor no supone una experiencia que nace por generación espontánea, sino que supone el compromiso pleno y cotidiano por el cuidado. La máxima experiencia del amor radica en darlo, recibirlo y experimentarlo.
Durante esta interminable historia de amor, nos encontramos con tres grandes maestros espirituales, cuyas enseñanzas dan para toda una vida de aprendizaje. Cada uno de ellos, vino a mostrarnos y hacernos experimentar los matices de la vida, más allá de nuestra tendencia a resumir todo a positivo o negativo, bonito o feo. Esos maestros vienen llenos de experiencias, emociones y sentimientos muchas veces contradictorios. Lo que construimos con ellos, son recuerdos, alegrías, dolores, narrativas, pasiones y una suma de experiencias que nos permiten experimentar el mundo, experimentar nuestro propio mundo y desarrollar un sentido de “identidad”. Cada uno de ellos opera como espejo donde se refleja lo que queremos o no, lo que nos cuesta o no, lo que tememos o no, lo que amamos o no y la manera en cómo asumimos ante diferentes contextos, nuestras máscaras de vida y supervivencia. Sí, porque, aunque eso que llamamos “nuestra personalidad” tienda a la unidad, realmente está compuesta por diversas máscaras, personajes o maneras que se activan y desactivan según el contexto de relación en el que estemos.
Padres/madres, pareja e hijxs o la experiencia de serlo, protagonizan nuestros vínculos afectivos más íntimos. Son con quienes más mostramos nuestra vulnerabilidad y nuestras zonas grises y claras, nuestro afán de ser reconocidos, amados y aceptados. En la relación con ellos depositamos expectativas y proyectamos lo que no hemos podido resolver en nosotrxs mismxs.
En Psicoterapia cuento con ejercicios específicos para trabajar estos 3 maestros, así como hay disponibles en la actualidad diversos cursos y meditaciones que puedes encontrar en la Web y por último, estamos preparando un curso sobre las 4 medicinas de las heridas emocionales con una tremenda maestra de Yoga. Te espero ahí!
EL PRIMER MAESTRO ESPIRITUAL: LOS PADRES “Nunca es tarde para tener una infancia feliz.” (Milton Erickson)
La experiencia del nacimiento y la primera infancia es radicalmente trascendental en la configuración emocional, social y mental. En ese periodo de vida, ante una vulnerabilidad plena, empezamos a identificar si nuestras necesidades y emociones pueden ser contenidas y atendidas por nuestros cuidadores y el mundo que nos rodea. Dependiendo de si nuestras emociones, deseos y necesidades son atendidas y la manera en cómo sean atendidas -desde lo más básico como atender nuestro sentido de hambre, apetito, limpieza y reducir el dolor o regular la temperatura, hasta lo más complejo de ser considerados desde el contacto visual, físico, afectivo y el ser escuchados-, descubriremos si el mundo es un lugar seguro o no para crecer, experimentar, pedir lo que quiero, escuchar a mi cuerpo, respetar mi apetito, pronunciar mi sentir, entregar confianza, recibir afecto o huir.
Para muchas personas la experiencia de la infancia estuvo atravesada por incongruencias, abandonos, necesidad de tener que perdonar/justificar/entender/cuidar a los padres, madres o cuidadores justificando incluso abandonos, negligencias, ausencias, humillaciones. Muchas personas consolidan heridas de abandono, injusticia, rechazo o negligencia. Hay dos puntos que diferenciar acá: por un lado, está lo que nuestros padres, madres o cuidadores hicieron o no con nosotros y, por otro lado, está la interpretación y experiencia emocional que yo adquirí y entendí de eso y me dio o no un sentido de autoconcepto y confianza con el mundo.
Eso quiere decir que, adentrarse en entender nuestra experiencia infantil, no supone buscar revancha con lo que nos falto o hicieron, pero tampoco supone que debamos entender y justificar todo lo que los adultos hicieron, dejando nuevamente de lado a ese niño o niña heridx y sus necesidades. El cerebro de un niño y niña que crece no entiende y no tiene por qué entender, que sus cuidadores viven muchas cosas o vivieron muchas situaciones que justifican su ser violento, negligente o ausente. Por supuesto que, adentrados en la adultez, es necesario darle contexto, mirada de compasión y decisión de aceptación a quienes fueron nuestros padres, madres o cuidadores y desde allí soltar la identidad de niños o niñas heridxs.
Para sanar nuestra autoestima, el primer gran aprendizaje vital que podemos realizar a través de nuestros padres, madres o cuidadores, consiste en emanciparnos emocionalmente de ellos para ser libres de su influencia psicológica. Al soltar definitivamente la mochila emocional que hemos dejado que cargaran sobre nuestros hombros, logramos por fin empezar a sanar los traumas vinculados con nuestra niñez. Esta sanación deviene cuando nos permitimos legitimar las emociones que la infancia tiene en nuestra biografía, cuando lo expresamos, cuando hablamos de porqué aún de adultos nos cuesta esto o lo otro en la relación con nuestros padres/madres, no para justificarlo de un lado u otro, sino para soltar lo que no nos corresponde, validar nuestras emociones, darle permiso al niño o niña que en la infancia no se puedo expresar y hacernos dueños/as del vínculo que en el presente, queremos entablar con nuestras emociones, afectos y necesidades.
MAESTRO ESPIRITUAL: LA PAREJA “La mayoría de las parejas están compuestas por dos niños asustados y traumados que esperan mutuamente que el otro les sane sus heridas”. (Krishnananda)
Nuestra pareja es nuestro “partner evolutivo”. En nuestra pareja depositamos nuestras ansiedades y dificultades de vínculo con nuestra sexualidad, nuestros afectos, nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestra necesidad de ser queridos y queridas. Nuestra pareja es una extensión de mis claridades o dudas, de mi tiranía o soberbia, de mis pasiones desordenadas o mi vínculo con la inteligencia, la trascendencia, la abundancia, la paz, la libertad y la madurez.
Todo lo que no resolvemos emocionalmente en la relación con nuestros padres, madres o cuidadores lo acabamos atrayendo y proyectando sobre nuestra pareja. En Psicoterapia he encontrado mujeres buscando el padre, el príncipe azul o el macho dominante que quieren salvar, repetir, educar, ajusticiar, replicar o sanar; he encontrado hombres buscando salvar, mantener o perpetuar la madre o princesa indefensa, entregada, sumisa o incapaz con la que crecieron y no pudieron salvar o a la que se acostumbraron a vivir. Sea que tengamos pareja o no, sea que queramos o no tener pareja, ambas cosas representan el estado de nuestros vínculos afectivos y memoria emotiva, ambas cosas son el espejo de la relación con nosotros mismxs, con nuestra memoria de infancia y con nuestra capacidad para mantener, cultivar y sostener proyectos inteligentes, libre y seguros.
Si no hemos ahuyentado los fantasmas de nuestro pasado, estos nos llenan de miedos e inseguridades en el presente, boicoteando inconscientemente nuestra relación sentimental. De este modo, cultivamos una relación basada en el apego y la dependencia emocional. Nuestra pareja se convierte en nuestra pseudo felicidad. Y al necesitar de ella, nos es imposible amarla, boicoteando nuestro futuro con ella.
La falta de autoestima se ve reflejada en nuestra experiencia de relación de pareja cuando buscamos en ella ser rescatados, necesitados, celados, poseídos, activados para vivir. Es entonces cuando los celos, el control, la rabia, la frustración sexual, los afectos desordenados y la dependencia se apoderan de nuestras experiencias en pareja. Curiosamente, debido a la codependencia emocional, muchas parejas terminan conformándose con relaciones tóxicas de las que les es muy difícil escapar.
Gracias a este segundo maestro espiritual, tenemos la oportunidad de trabajar el desapego y la independencia emocional. Para lograrlo hemos de comprender que debemos hacernos cargo de revisitar la manera en cómo aprendimos a querer y vincularnos y los resultados que eso nos ha traído a lo largo de la vida; de manera seguida, debemos ver cómo nos elegimos o relacionamos con nosotrxs mismxs y si somos o no capaces y consecuentes, de elegirnos como pareja antes de ser elegidxs por otra persona como tal.
EL TERCER MAESTRO ESPIRITUAL: LOS HIJOS “La mayoría de los padres están dispuestos a hacer cualquier cosa por sus hijos menos dejarles ser ellos mismos”. (Banksy)
El primer maestro estaba relacionado en cómo vivimos, sentimos e interpretamos a nuestros padres, madres o cuidadores, y en este tercer punto, requerimos ver quiénes fuimos y somos como hijos o hijas, qué lugar ocupamos en la familia extensa, qué sabemos o no de ella, qué nos gusta o no de ella, cómo somos allí recibidos o no.
Para quienes son padres y madres la experiencia de la maternidad y paternidad, despierta y despertará todas las tiranías, ausencias, incapacidades, miedos, rechazo, dolor, abandono o luz, amor, seguridad y certeza, que le haya sido entregado en la infancia.
Los niños y niñas son maestros del aprendizaje y del reflejo, nos sanan y nos confrontan. Antes de pedirle a un hijo, hija, niño o niña que sea de una u otra manera, aprende a ver de dónde vienen la ansiedad de tu pedido como persona en la adultez y trabaja eso en ti. El ejemplo de un acto no enseña, lo que enseña es la coherencia en nuestras prácticas de vida y relación.
Un abrazo muy grande de alma a alma.
Te espero en Psicoterapia,
Carolina Leguizamón M
Psicoterapeuta
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