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Amor, estrés y felicidad.

Estamos en un momento de la historia donde parece que existe una obsesión por ser felices, como que hay atajos fáciles: “Disfruta con esto y conseguirás la felicidad rápidamente”. Pero la felicidad no es eso. La felicidad depende del sentido que cada uno de nosotros le damos a nuestra vida y en términos de la expresión biopsicosocial, es un estado transitorio relativo a condiciones que posibiliten el sentirnos personas reconocidas, humanizadas y protegidas. Pero ¿qué sucede? Que en una sociedad que ha perdido el sentido, en una sociedad que en muchas ocasiones ha perdido el rumbo, hemos sustituido el sentido de la vida por sensaciones. Esas sensaciones pueden ser masajes, comida, alcohol, sexo, bienes materiales, redes sociales… No digo que eso sea malo, pero es autodestructivo cuando sustituye el verdadero sentido de la vida.


Cada vez se investiga más sobre este sentido de vida. Los japoneses lo denominan “Ikigai” y hoy en día se sabe que cuando existe ese “Ikigai”, ese sentido que uno le da a las cosas, uno puede tener mejor salud física y psicológica, incluso mejoran los marcadores cardiovasculares, pero también mejora eso que deseamos y muchos persiguen que es la felicidad. Cada quien hoy en el mundo, incluyéndonos a ti y a mí, estamos lidiando con algo en nuestra vida.


Todos nosotros estamos sufriendo constantemente por algo: un tema económico, un tema de salud, un tema familiar, un tema profesional, un tema social, un tema político, un tema de relaciones, en fin, un tema humano… Siempre hay algo que nos preocupa, y esas batallas nos marcan. Y cómo lidiamos con esas batallas va a marcar eso que denominamos “felicidad”, porque la felicidad consiste en conectar con eso bueno que pasa cada día, y que lo malo que sucede cada día, esas batallas, lo sepamos gestionar de la mejor manera posible. Tiene un matiz con la plenitud. La plenitud es un estado donde yo noto que mis necesidades están cubiertas y entiendo que no tiene que ser perfecto para que algo sea suficiente. Por lo tanto, uno puede estar sufriendo mucho, pero puede a su vez reconocer que lo que hay en ese momento es en medio de todo, lo que debe estar, porque sabe conectar con lo pequeño y bueno que le va sucediendo cada día. Es decir, la felicidad está en conectar con las cosas pequeñas que van surgiendo en el día a día.


Entonces voy a volver a lo que dije hace un momento y es que: La felicidad depende del sentido que cada uno de nosotros le damos a nuestra vida y en términos de la expresión biopsicosocial, es un estado transitorio relativo a condiciones que posibiliten el sentirnos personas reconocidas, humanizadas y protegidas. Y a qué me refiero con esto: pues que en los episodios de profunda tristeza, de profundo sufrimiento, de profunda violencia, normalmente sucede que no estamos siendo reconocidos, aceptados, respetados e integrados como sujetos dignos de valoración, de existencia y de ser cuidados. No se trata entonces de ser entendidos y encontrar un club de fans en todo lado, se trata de ser humanizados y dignificados a cada paso. El mejor antídoto al sufrimiento y al dolor entonces es el amor vuelto política de cuidado en nuestras relaciones. Es sentirse querido, es sentir que no estamos en soledad o abandono.


Esa sensación de soledad no buscada, esa soledad involuntaria, es una sensación terrible para la psique, para la mente y para el corazón. Por eso, en muchas ocasiones cuando uno está solo, tener a alguien, a una persona “vitamina”, una persona que te apoye… Una persona que te escucha, que no te juzga, que te entiende, a la que le cuentas algo y automáticamente te hace sentirte mejor… Que da igual que haga un año que no la veas, que sabes que con esa persona las cosas son mucho más sencillas. Esa sencillez en las relaciones humanas que tanto ansiamos. ¿El amor a quién? Bueno, el amor a uno mismo. Eso es la autoestima. Quererse de forma sana. No quererse en exceso, que ahí entramos en el narcisismo, ni quererse poco, que entren los cuadros de inseguridad tan destructivos para la mente humana. Y eso tiene mucho que ver con la voz interior. Todos nosotros tenemos una voz interior que determina cómo va a ser nuestra autoestima y cómo nos vamos a tratar (voz que está y es alimentada por nuestras relaciones y biografía).


Lo segundo es el amor de pares. El amor de pares llámese pareja o amistad íntima nos hace ser valientes. Ya lo decía Platón: “No existe nadie tan cobarde al que el amor no transforme en alguien valiente”. El amor de pareja o entre amigos que son tribu (para otros será la familia) es impresionante: cuando uno tiene ese amor, cuando uno se siente querido, esa sensación de confianza… Hasta mejora, sabemos hoy en día, el sistema inmune. Tienes mejor salud física y psicológica.


El tercero es el amor a los demás: la cooperación, la solidaridad, a tus amigos, incluso a la gente de tu trabajo. Cuando uno está en armonía con las personas de su entorno es capaz de mitigar los efectos que el estrés puede producir en él. Si tú vives ansioso o preocupado por algo, un tema económico, pero te sientes querido, el estrés que eso te produce es mucho menor.


Luego tenemos el amor a las creencias y a los ideales. “Las ideas se tienen, en las creencias se está”, decía Ortega y Gasset. Cuando crees en algo y amas tus creencias, tienes fuerza, tienes fortaleza y superas casi todo. Y, finalmente, el amor a los recuerdos. Yo creo que, quizá, de todos los amores es el que me parece más diferente y por eso siempre me encanta hablar de él. Hace unos años, Susumu Tonegawa, Premio Nobel de Medicina, descubrió que cuando una persona recuerda algo con intensidad, el recuerdo de esa imagen, que es placentera, activa los mismos mecanismos en el cerebro que cuando esto sucedía en la realidad. Esto es mágico. Cuando uno está angustiado… Para esto hay muchas técnicas de relajación.


Cuando uno trabaja con MDR o con técnicas que ayudan a mejorar los estados de angustia, el traer a la mente imágenes placenteras, recuerdos de personas donde había amor, donde te sentías querido, donde te sentías agradecido, de repente produce efectos bioquímicos en el propio organismo. Por lo tanto, ese amor, cuando inunda nuestra mente, nuestro organismo, nos ayuda también a ser mejores con los demás, a convertirnos en personas que no juzgamos, que empatizamos, que somos cariñosos, que buscamos intereses comunes… Yo soy muy de decirle a la gente que busque intereses comunes con los demás, que pregunte a los demás cómo se siente y, cuando le ha preguntado cómo se siente, que recuerde esos datos, porque sentirnos escuchados y reconocidos desde lo cotidiano que nos hace vulnerables y a la vez valientes es tremendo, una curiosidad sana por supuesto, que se oriente a descubrir a esa persona ahí al frente con aparente rigidez o felicidad delante de mí en posición de jefe, paciente o familiar, está a su vez lidiando con una situación en casa o un síntoma en su cuerpo...


Hoy en día vamos tan acelerados con nuestras preocupaciones y nuestros pensamientos que nos cuesta prestar atención a las preocupaciones de los demás. Por lo tanto, el amor, efectivamente, Yo creo que todos lo sabemos, pero el amor es uno de los mejores antídotos a los momentos malos.


Recuerda entonces: "Cuando una persona recuerda algo con intensidad, el recuerdo de esa imagen, que es placentera, activa los mismos mecanismos en el cerebro que cuando sucede en la realidad".

En este punto recuerdo algo en lo que ando trabajando últimamente, y es dejar de manera clara y en lenguaje claro, cómo es que afectan las emociones y los pensamientos al organismo y, por otro lado, qué nos sucede cuando nos preocupamos por algo constantemente; y de esto, te hablaré en el próximo episodio del Psicopodcast: Aprende de tu sentir. Recuerda escuchar nuestro contenido en nuestro Podcast AQUÍ.



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Carolina Leguizamón M.


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